miércoles, 16 de septiembre de 2009

Marcelo Brodsky y sus juegos

Con su libro de imágenes Correspondencias visuales recien aparecido, el fotógrafo Marcelo Brodsky dialoga sobre su experiencia visual

Por Diego O. Orfila




Hasta ahora es un ejercicio para académicos y especialistas. Sin embargo, el fotógrafo Marcelo Brodsky ambiciona una reflexión de largo alcance. Con su nuevo libro Correspondencias visuales (La Marca Editora, 2009), Brodsky genera un lenguaje de imágenes que atraviesa técnicas y referencias. Correspondencias visuales compila la experiencia que comenzó entre Brodsky y quien fuera su maestro, el catalán Manel Esclusa, en el 2006 y continuó con el inglés Martin Parr, el brasileño Cássio Vasconcellos, el mexicano Pablo Ortiz Monasterio y el polaco (residente en Alemania) Horst Hoheisel. Con cada uno de estos artistas, Brodsky desarrolló distintos diálogos a través del e-mail, solamente en imágenes. Ellos incorporaron tanto fotografías tomadas especialmente o de archivo, excepto Hoheisel que ha dibujado su respuesta para cada una de las imágenes que recibió.
Expuestos en secuencias y editados como libro, estos intercambios se abren al público a través de la sensibilidad, la provocación, la belleza. Brodsky afirma que Correspondencias es un ensayo visual que habla de la posibilidad de comunicarse con imágenes. Un juego de sentido referido a una práctica que, tecnologías digitales mediante, es cada vez más habitual. Por eso, el fotógrafo confía en que su último trabajo provoque una reflexión para el común de la gente. Correspondencias Visuales se expuso con positivo interés de la crítica y del público en el Centro Cultural Recoleta –Ciudad de Buenos Aires-- hasta el 7 de junio. Chile y España son algunos lugares donde se expondrán los diálogos.
-¿Correspondencias visuales fue pensado como arte o como intercambio personal?
Marcelo Brodsky -Está planteado como una obra colectiva. Es una forma de construir sentido y de construir comunicación, de tratar de explorar el lenguaje no verbal. Y de ver la posibilidad de que exista un lenguaje visual común. Todo esto tiene una cantidad de resonancias sumamente amplia. Entonces... –reflexiona- arte. Estaba dando yo una conferencia en la Universidad Di Tella y había un chico que era del Colegio Nacional Buenos Aires que había visto mis fotos de la clase cuando la expuse en el 96 por primera vez –publicada en el libro Buena Memoria-. Él dijo “yo me acuerdo perfectamente de esa foto, pero en ese momento no pensé que era arte”. Yo tampoco. Pero después me convencieron de que era arte y yo les creí. La categorización no es lo principal. Evidentemente, todo lo que tiene que ver con la comunicación experimental es una forma de arte. Yo además me muevo en el circuito del arte. Entonces será arte.


En sus ensayos fotográficos anteriores, recopilados en la trilogía de libros Buena Memoria (1997), Nexo (2001) y Memoria en construcción (2005), Brodsky se ocupa de la recreación de la memoria colectiva y de las consecuencias del terrorismo de Estado. La imagen emblemática de Buena Memoria es la fotografía anual de los alumnos del curso del colegio algo ajada y descolorida, señalada con flechas y círculos en marcador que indican el destino, muchas veces trágico, de los estudiantes. Como en otros casos, acompañado de textos escritos de diversas personalidades, Memoria en construcción se constituye como un ensayo colectivo dedicado al predio de la ESMA y al debate sobre su finalidad. La producción de imágenes en esta temática le valió el reconocimiento mundial.

Después de diez años, Brodsky dice estar abierto a una experiencia visual nueva y más amplia. Hace un paralelo con la dialéctica de Correspondencias Visuales y afirma que la trilogía de trabajos anteriores es el camino que lo llevó a su nueva obra. Se trata de un recorrido arduo. Nacido en 1954, el artista vivió la dictadura de 1976 como una marca generacional y personal. Su hermano fue desaparecido en el 79 mientras él se exiliaba en España desde el año anterior. Hoy, dirige la agencia Latinstock y, de chaleco naranja y pantalones al tono se recuesta en el sofá del amplio living de su agencia para modelar y remodelar la reflexión sobre el sentido. Entre vivaces colores e imágenes electrónicas que van y vienen, el humanismo que caracterizó todos sus trabajos revive aunque con nuevas formas.

-¿Cómo comenzó la experiencia de las Correspondencias visuales?
M. B. –La primera fue con Manel Esclusa, que fue mi maestro de fotografía en Barcelona, en los años de exilio. Estudie con él entre el 81 y el 84. Después mantuvimos una relación esporádica. Ocasionalmente nos encontrábamos. Pero cuando fui a presentar el libro Memoria en construcción, a Barcelona, en el Colegio de Periodistas de Cataluña, estuvo Manel y decidimos iniciar algún tipo de intercambio que no sabíamos que forma iba a tener. Finalmente decidimos que era más interesante hacer una obra nueva y que nos íbamos a mandar imágenes. Una correspondencia visual. Ya mantuve unas 15 correspondencias visuales y seguramente haré algunas más.
-Es inevitable la comparación con una conversación
M.B. –Una conversación que se parece a un epistolario que se publica. No es un diálogo intimo. Desde el momento en que se encara, se plantea como un ensayo sobre el lenguaje. Además hoy, con el teléfono móvil, uno tiene una cámara, uno saca, lo envía. Hay una tecnología que permite hacer uso de este tipo de comunicación. Y es una tecnología que no se está usando aún con un sentido complejo en lo que hace a la cultura visual. Los chicos que participan de las redes sociales mandan imágenes pero su uso generalizado tiene que ver con una especie de autorretrato expandido. Yo aquí. Yo allí. Cuando en realidad, la posibilidad de comunicarse con imágenes va mucho más allá del autorretrato.
-¿Cómo es la respuesta del público frente a Correspondencias?
M.B. –Los comentarios se relacionan con la experiencia viva que están teniendo los chicos y las chicas en Internet, en cuanto a su colectividad y a su relación con las imágenes. Reaccionar frente a una imagen es una hecho contemporáneo, propio de la cultura en que vivimos. Mi propia hija de seis años me ayuda a contestar las imágenes. Me dice “mirá por qué no hacemos así y así”. Hay una facilidad para entender esto como algo natural. A todo el mundo le interesa porque todos se comunican con imágenes. Y esto lo que hace es llevar el asunto un poco más adelante. Lo pone en acción. No resulta ajena a cualquier persona que circula. Aborda una temática actual. Real. La falta de tiempo para leer y la posibilidad de comunicarse con imágenes. Estas cosas están planteadas. No están resueltas. Una obra de arte no pretende resolver sino hacer preguntas. Al mismo tiempo he tenido intercambios visuales con gente con la que no puedo conversar, con la que no tenemos un idioma en común. Y sin embargo nos podemos comunicar por imágenes.



Las palabras y el camino sensorial

El grabador registra su voz como un susurro. Indica algo. Su cuerpo redondeado salta del sofá. La pared del fondo del amplio living es una ventana vidriada por completo. Desde el segundo piso se ven las copas de los árboles y las plantas más altas. Maleza de patio interno de elegante adoquinado en el barrio de Belgrano. “Mire allá, ¿lo ve? Sobre las hojas del roble”, señala el fotógrafo. Entre el verde, el ojo de Brodsky lo ha visto. Un petirrojo, insiste. Jorge Luís Borges era ciego. Pero tenía las palabras. Con ellas llego a describir el Aleph, el punto que en sí contiene todos los puntos.
-¿Usted ve en cada diálogo el tipo de persona con el que va a trabajar?
M.B. -En principio las conversaciones visuales empezaron con gente que conocía o que me la presentaron. Una breve charla, algún conocimiento. Ahora voy a tener una correspondencia con una artista sudafricana que no conozco, que no le vi la cara. Me la presentaron por e-mail. Sinceramente, cada diálogo se va desarrollando con su propio tiempo y su propia evolución como un diálogo entre dos personas. Yo no planteo previamente como va a ser. Sin embargo, filosóficamente podríamos decir que con la primera imagen ya se puede anticipar como va a ser todo el diálogo.
-¿Sí?
M. B. -Se podría imaginar, de manera un poco borgeana.
-¿Coincide en la cita de los ensayistas de Correspondencias al referirse al cuento “El Aleph”, de Borges?
M. B. -Coincido en que se puede determinar el diálogo con la primer imagen y coincido con que, si yo fuera un visionario, podría anticipar el diálogo antes de que suceda. Pero como no soy un visionario, sólo soy un fotógrafo, lo tengo que transitar para saber como es –salta una risa breve-. Es parte del juego. Hay infinitas respuestas –hace un silencio- pero por alguna razón uno elige una. Este trabajo es más abierto. Quizás yo después de los trabajos anteriores he adquirido la madurez necesaria para enfrentar este proyecto sin preconceptos. Por voluntad de experimentar. Pero para poderlo hacer... –reflexiona en silencio- quizás tuve que, previamente, desarrollar un camino. Como cada uno de mis interlocutores en cada correspondencia. Manel, Cássio Vasconcellos, Martin Parr... son artistas que tienen sus años de creación visual.
-En Barcelona, sus primeros estudios fueron en la carrera de economía, ¿hubo un salto de la economía a la fotografía?
M. B. -La fotografía tiene su lado económico. No es barato producir imágenes. Yo para poder pagar mis fotos tuve que armar una agencia de fotografía. En ella desarrollé mi rol como gestor, en todo lo que tiene que ver con la circulación de las imágenes. Tengo una agencia que es Latinstock y una actividad profesional desde hace más de veinte años. Eso es lo que me ha permitido financiar mi obra. Particularmente la parte de Derechos Humanos no es fácil de solventar. Tiene una gran demanda de producción y de viajes. La combinación en torno a la fotografía, como herramienta de comunicación, es la historia de mi vida profesional.
-¿Se abrió del tema de los Derechos Humanos?
M. B. –Con Buena Memoria, Nexo y Memoria en Construcción hice una trilogía que duró diez años. Termino la producción visual en torno a ese tema, de momento. Pero continúo mostrando esos trabajos. Forman parte de mi carrera y yo los reivindico. Ahora estoy haciendo otra cosa. La vida va cambiando. De todas formas, en algunos de mis diálogos aparece una referencia poética a esa temática. Como soy yo el que dialoga hablo de las cosas que tienen que ver con mi experiencia. Pero no es lo único. Es una cuestión que ha marcado a mi generación y en consecuencia forma parte de nuestro discurso y de nuestra preocupación. El punto es que un proyecto como el de las Correspondencias Visuales me permite sacar a la luz una cantidad de imágenes, de preocupaciones, de puntos de vista.
-¿Su preocupación por los Derechos Humanos, además de una cuestión generacional, tiene que ver con su historia personal?
M. B. -Mi hermano desapareció en el 79, yo ya estaba en el exilio. Pero no fue hasta 1996, diez y siete años después, que pude trabajar el tema con mis herramientas visuales y creativas. Antes me fue imposible abordarlo. Tuve que resolver otras cosas en la vida. En el momento en que lo hice no era un tema que estuviera de moda. No era un tema del que se hablara en el arte. Fue para los 20 años del golpe, en pleno menemismo. Estaban los artistas que siempre se ocuparon como León Ferrari, sin embargo la cuestión no formaba parte de la escena. Ahora sí.
-¿Se podría pensar un tema común a todas las correspondencias?
M. B. –Puede ser. El primer elemento en común en las correspondencias visuales es que yo estoy en todas ellas. Está este autor y su manera de ver. Pero yo también tengo la sensación de que son todas muy distintas. Hay elementos en común y otros que no lo son, que están dados por las preocupaciones de los otros y el estilo de los otros. En relación conmigo, generan un diálogo distinto.
-Los ensayistas de su libro encuentran puntos en común, por ejemplo la vida...
M. B. –La madera –interrumpe-, los árboles –ríe breve-. Eso ya es la interpretación que hace el teórico.
-Todos sus libros tienen una parte de texto.
M. B. –Sí. Me interesa mucho la interacción con la palabra escrita. La interacción con el crítico. Me interesa que en los libros haya opiniones. A diferencia de muchos otros fotógrafos que prefieren exclusivamente las imágenes. Correspondencias es un libro en donde lo visual tiene un protagonismo absoluto. Sin embargo, en el ensayo “Papeles furtivos”, el diálogo entre Eduardo Cadava y Paola Cortés-Rocca asume la forma de correspondencia. El mecanismo de asociación libre que se manifiesta en lo visual, yo creo que también se manifiesta lo escrito. Siempre me interesó la palabra. En mis libros anteriores, el texto forma parte de la obra. Mi primer libro fue de poemas, en el 82. En Nexo uno de los capítulos se llama “Los condenados de la tierra” que es un trabajo sobre los libros que sae enterraban para que no los encuentre la dictadura, cuyos textos se pueden leer, releer y reconstruir a través de sus fragmentos. También está la escritura en relación con la propia obra.


-La palabra tiene un diccionario que fija significados. Las imágenes no. Sus imágenes, ¿de qué hablan?
M. B. –Eso es como preguntarse de que habla un poema. Uno puede interpretarlo así o asa. ¿Habla del bosque o habla de su familia? La palabra tiene un diccionario pero la combinación de palabras no lo tiene. No creo que haya un diccionario visual. No creo que tenga sentido crearlo. Porque para cada experiencia podría cambiar. Lo que sí hay es una cultura visual. Y hay un conocimiento de lo que han hecho los fotógrafos antes y de lo que han hecho los artistas antes que uno.
-En sus libros anteriores, Nexo, Buena Memoria, Memoria en Construcción, hay una voluntad de testimoniar. En este último no.
M. B. –No. No hay una voluntad de testimoniar sino de jugar. Voluntades diferentes. De todas formas, también hay puntos de contacto aunque no son directos. Porque Correspondencias Visuales no aborda ningún tema en particular salvo el propio lenguaje...
-¿Usted no interpreta las secuencias de imágenes como lo hacen los ensayistas del libro?
M. B. –No –sonríe-. Me divierte leerlos. Los ensayistas escriben lo que quieren. Yo no los corrijo.
-En la primera correspondencia, con Manel Esclusa, parece haber un vuelo estético.
M. B. –Sí. Una cuestión sensorial, diría yo.
-¿Quizás en todas haya algo relacionado con la naturaleza?
M. B. –La naturaleza es un elemento. En unas aparece más que en otras.
-Con lo humano, sería mejor decir.
M. B. –Sí –piensa-. Toda búsqueda del lenguaje es la búsqueda de algo humano.
-Quizás yo insista en buscar puntos en común porque estoy influenciado con sus libros anteriores, que eran de carácter claramente humanista.
M. B. -Este libro también tiene un carácter humanista pero desde otro lugar. Yo también estoy influenciado por los libros anteriores. Los libros anteriores son el tránsito que me llevó a hacer este. Y este es el tránsito que me llevará a hacer el que viene.
-La correspondencia con Martin Parr está plagada de tonos piel.
M. B. –No me lo había planteado. Creo que es una instancia de humor, de ironía.


-El humor se ve también en el intercambio con el mexicano Pablo Ortiz Monasterio.
M. B. -El diálogo con Ortiz Monasterio
me pareció bien cerrado. Muy redondo. Me gusta como quedó. Hay una serie de temáticas bíblicas y

filosóficas ahí metidas. Sí, tiene humor. Me gusta.
-Además, el diálogo con Ortiz Monasterio plantea la pregunta acerca de cuándo se acaba una correspondencia.
M. B. –No necesariamente se acaba una correspondencia. Pero nosotros decimos “está bien”, hay un conjunto de ideas. Con Pablo hicimos esto y no creo que lo retomemos. Llegamos hasta ahí, estuvo bárbaro.
-Lo de Ortiz Monasterio termina de forma dura. Con una imagen casi cinematográfica.
M. B. –Sí, refiere a los libros anteriores. Además, lo que ha pasado es que después de desarrollar la correspondencia con cada uno, uno es más amigo del otro. Hay una cierta intimidad. Uno siente que se ha comunicado desde otro lugar.










































La secuencia de imagenes que abre la nota pertencece a la correspondencia visual entre Manel Esclusa y Marcelo Brodsky (Correspondencias visuales, La Marca Editora, 2009).
La imagen del colegio pertenece a Marcelo Brodsky (en Buena memoria, La Marca Editora, 1997).
La imagen de "Los condenados de la tierra" pertenece a Marcelo Brodsky (en Nexo, La Marca Editora, 2001).
Las imagenes en secuencia que cierran la nota pertenecen a la correspondencia visual entre Marcelo Brodsky y Pablo Ortiz Monasterio ( enCorrespondencias visuales , La Marca Editora, 2009).