martes, 24 de mayo de 2011

Isabel Eckerl. Zulema Facciola. Mirta Clara. Norma Vera. Claudia Kon. Resistencia en serio

La resistencia a la dictadura de 1976 en la cárcel de Villa Devoto.








“-Una vez, en la calle Zelazna, vi aglomerarse a la gente. Se amontonaban alrededor de un barril, un simple barril de madera, sobre el cual había un judío de pie. Era viejo, bajito, y tenía una larga barba.
“A su lado había dos oficiales alemanes. (Dos hombres hermosos y exuberantes junto a un pequeño judío jorobado.) Y esos alemanes, con unas enormes tijeras de sastre, le cortaban al judío, poco a poco, su larga barba, riendo a carcajadas.
“La gente que los rodeaba también reía. Porque, objetivamente, era en verdad ridículo: un hombrecito sobre un barril de madera, con una barba cada vez más corta, que desaparecía bajo las tijeras de sastre. Como un gag cinematográfico.
“Todavía no había gueto, así que en esa escena no se percibía el horror. Con el judío, pues, no pasaba nada grave: sólo que era posible arrastrarlo impunemente y hacerlo subir a un barril, que la gente ya empezaba a darse cuenta de que el hecho quedaría sin castigo, y que eso provocaba risa.
“¿Sabes una cosa?
“Allí comprendí que lo más importante de todo es no permitir que te fuercen a subir al barril. Nunca, por nadie. ¿Entiendes?
“Todo lo que hice después , lo hice para impedir que me forzaran a subir allí”.

Marek Edelman,
comandante del levantamiento del gueto de Varsovia
En Ganarle a Dios (ed. Edhasa), de Hannah Krall







La historia de esta nota comenzó en noviembre del 2004, con el escrache organizado por la Mesa de Escrache Popular, al cura Hugo Bellavigna, capellán del penal de Villa Devoto en los años de dictadura. Bellavigna era parte de la comisión interdisciplinaria compuesta por civiles y militares que se encargaba quebrar anímicamente, moralmente, intelectualmente y, finalmente, físicamente a las detenidas.
El escrache se organizó en La Paternal, barrio de la parroquia en la que Bellavigna daba misa. El periódico Tras Cartón cubrió serie de eventos relacionados. El escrache y aquellas primeras notas hicieron aparecer en escena a un grupo de mujeres militantes, detenidas políticas en Devoto, que resistieron la afrenta de la dictadura. Ellas se movían sobre la vida cotidiana del penal. A pesar de todo, casi mil mujeres, muchas de ellas veinteañeras, se organizaban en rituales, quehaceres y hasta pequeños placeres que el genocidio imperante no podía permitir. Eso las mantuvo con vida. Y enteras.
Con la compilación de testimonios y vivencias, en marzo del 2006, y con motivo del 30° aniversario del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, el periódico Hormigas y Cigarras presentó la historia de la resistencia de las mujeres detenidas políticas en la cárcel militarizada de Villa Devoto.

Por Diego O. Orfila

Estaban en desventaja. Las desapariciones de la dictadura del 76 ahogaban a la ciudad y al país. Y ellas, las militantes, habían caído como presas políticas en el penal de Villa Devoto. Los militares habían elegido la fortaleza carcelaria de la calle Bermúdez como establecimiento modelo de presas mujeres para mostrar al mundo. Dependiente del Primer Cuerpo de Ejército (a cargo del general Carlos Suárez Mason), en el penal no había picana ni desaparecidos -se trataba de detenidos legalizados-. La cárcel de Villa Devoto militarizada no era un centro clandestino como sí lo eran el Garage Olimpo, la ESMA y otros hoy conocidos. Sin embargo, la tortura psicológica estaba a la orden del día. Largos períodos de calabozo, prolongados interrogatorios e intimaciones a que firmaran la autoacusación y el apoyo a la dictadura eran técnicas que utilizaba la Comisión Interdisciplinaria (integrada por médicos y psicólogos, militares, sacerdotes y presidida por el coronel Carlos Sánchez Toranzo) para generar intrigas, separar grupos y quebrar a las mujeres. “Eso era una cosa más de guerra psicológica. Tiene que ver más con la matriz francesa –explica Mario Burgos, psicólogo y también ex detenido político-. Los milicos habían estudiado mucho la guerra de Argelia. Decían ‘están los muertos y los que no están muertos tienen que estar partidos, quebrados’. Y uno de los mecanismos de quiebre consistía en que ya no se supiera ni con quien hablar, que se cuidara“. Con todo, ellas no dejarían de resistir.
El objetivo de los militares era que “de allí saliéramos locas o muertas”, cuenta Isabel Eckerl, hoy -en el 2006- funcionaria de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires y detenida política de Devoto a los 23 años. En la cárcel todo estaba prohibido. Sin embargo, a escondidas “nosotras tejíamos y producíamos unos tejidos hermosísimos. Nos hacíamos entrar puloveres viejos, los destejíamos y con eso armábamos, combinando los colores, a la vez, más gorditos, sacos o puloveres. Con las barras de las perchas de madera hacíamos las agujas. Las pulíamos. Como éramos cuatro en una celda, nos dividíamos. Una hacía la espalda, la otra hacía las mangas y así”, recuerda Eckerl. La resistencia pasaba por lo simple y lo cotidiano.
La complicidad y conexión de la tortura psicológica con la tortura corporal era directa. “Nos pedían que firmáramos arrepentimientos, nos pedían que firmáramos declaraciones de adhesión a lo que estaban haciendo los militares o adhesiones institucionales –cuenta Zulema Facciola-. A quienes formaban se les ofrecía una mejoría en las condiciones de vida. La mayoría no aceptó firmar. Yo nunca lo acepté. Ni aun estando muy presionada. Primero desde el punto de vista de la salud. Porque... bueno, fruto de la tortura –sufrida antes de entrar a Devoto- he tenido una dolencia en la columna vertebral y he tenido que ser operada, en una situación muy difícil. Fui torturada en el tiempo de mi detención –durante el gobierno de Isabel Perón y López Rega-. Estuve un poco más de un mes desaparecida. Recibí brutales torturas. Y empecé a tener problemas con la columna vertebral, que cuatro años después derivaron en una casi parálisis. Dolores atroces. No podía mover las piernas. Los organismos de Derechos Humanos pedían que me sacaran de la cárcel para operarme en un hospital, ya que necesitaba con urgencia una operación, pero los militares se negaron. Me operaron en la cárcel. Yo no sabía si iba a volver a caminar. El nuerocirujano me dijo ‘si están cortados ciertos nervios se te pasan los dolores pero quedas en silla de ruedas’. Por suerte –sonríe hoy-, gracias a Dios, superé ese transe”. Zulema Facciola tiene 69 –en el 2006- años y reside en Madrid. De paso por Buenos Aires, en un bar de la avenida Santa Fe, hace un año y medio, contó su historia. “Antes de estar presa, yo he trabajado con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, he trabajado en la villa de Retiro con el padre Mujica. En un cristianismo que lleva al compromiso con el ser humano y, sobre todo, con los más desposeídos. Además es el imperativo del Evangelio, era el imperativo de Concilio Vaticano II, era el imperativo de documentos de la Iglesia Latinoamericana. La opción por los pobres”, dice la mujer de cabello casta{o y pequeños ojos color avellana.
Con todo, la lucha de cada día consistía en mantener el grupo unido. Como ejemplo, casi 1.000 mujeres presas se levantaban antes de que lo hiciera la guardia. “Lo hacíamos para mantenernos con trabajo. Teníamos una disciplina. Nos llamaban a las 7 pero nosotros nos despertábamos a las 6. Hacíamos una hora de gimnasia todos los días”, revive Eckerl. Las prácticas y la solidaridad militante, también con la creación del economato común, nunca se abandonaron.
Como en muchas familias de demócratas e izquierdistas del mundo, Isabel Eckerl tiene un historial de persecución y muerte. “Mi marido está desaparecido, mis suegros y mis cuñadas asesinados, mi madre fue torturada en un campo de concentración en Mar del Plata. Sobrevivió. Y yo fui detenida”, recuerda Isabel. Hoy, vive en una pequeña casa del sur bonaerense, tiene hijos de distintas edades y un gato blanco que galantea por la ventana de la cocina. La tortura psicológica era la representación de un antiguo historial. “El prefecto Juan Carlos Ruiz –director del penal de Devoto- era un tipo que no hablaba con nosotras porque nos consideraba basura. Pero, ex profeso hablaba con otro fuerte para que se lo escuchara –relata Isabel-. Cuando me vinieron a ver los miembros de Amnesty Internacional, salí del pabellón y detrás de uno de ellos que era inglés, el personal de la cárcel hacía toda clase de señas, como que me iban a degollar –deja escapar una risa seca-. Luego Ruiz decía ‘a estos los vamos a matar a todos’“.
En el año 80, Isabel fue liberada y se dirigió a Austria. En Europa denunció tempranamente la situación que se vivía el país. Zulema hizo lo propio cuando en 1983 fue dejada en libertad. Vivió 10 años en Suecia y después se dirigió a España. Hoy forma parte de la Asociación Argentina Pro Derechos Humanos de Madrid. Muchas de estas mujeres lograron mantener su dignidad y su vida. Pero otras se quebraron para siempre. Ante el panorama de opresión en la cárcel de la dictadura, la imaginación afloraba. “Hacíamos trabajo manual sacándole hilitos a las toallas, hilitos de colores –recuerda Zulema-. La situación de emergencia, la situación de necesidad estimula la creatividad. De eso no me cabe ninguna duda. Así que siempre manteníamos ese contacto, siempre manteníamos a pesar de las prohibiciones. Eso fue una salvaguarda de salud mental”. La solidaridad necesitaba de sistemas de comunicación alternativa. “Nos comunicábamos a través de las canillas de un lado para otro. A través de los water, a través de golpes”, prosigue Zulema. “A través de los caños –continúa Isabel-. Y pudimos mantener, hasta muy entrado el año 78, una radio portatil. Hasta que el personal, un día la encontró en una requisa y se la llevó. Por supuesto, nadie fue sancionada por eso. Para ellos, reconocer, después de tantos años de estar en Devoto, que recién a fines del 78 nos encuentran una radio portátil, era como reconocer que nos habían dejado tener un arma –risas-. Los tipos se callaron la boca. Habíamos acumulado pilas para no sé cuanto tiempo. Se llevaron la radio y nos quedaron las pilas al cuete. Fueron formas de resistir, fue lo que nos mantuvo, digamos... vivas”.

Volver a vivir

Es difícil definir las misas en la cárcel de Devoto de un modo unívoco. Los relatos de las presas políticas que asistieron a las homilías que daba Hugo Bellavigna, escrachado el 27 de noviembre del 2004 por torturas psicológicas y miembro de la Comisión Interdisciplinaria, no hacen sino hablar pestes de él. “En sus homilías exaltaba el egoísmo, el miedo, la necesidad de la preservación personal ante todo, el cumplimiento del reglamento con independencia de lo que sucediera alrededor. Mi sorpresa fue el sermón, tengo formación católica, y a mí entender lo que este ‘sacerdote’ estaba gritando hasta ponerse colorado, no se correspondía con lo que me habían enseñado: ‘¡Primero hay que pedir por uno, después si quiero por mi hermana, mi cuñada o mi recontracuñada!!!!’”, comenta la ex detenida Viviana Baguan en un texto escrito. Silvia Ontiveros va más allá: “Nos bajaban a misa, manos atrás, paradas al final de la capilla de la cárcel para que observáramos el ritual oprobioso de las pocas compañeras quebradas que lloraban y se golpeaban el pecho mientras desfilaban ante el confesionario supuestamente para arrepentirse de haberse comprometido hasta con la vida para defender al pueblo y su causa... Pienso en Cristo viendo la escena y poniéndose más que nunca de nuestro lado”. Y sin embargo, ningún testimonio indica que las presas no fueran a misa. Más allá del cura y del carácter religioso, para las mujeres de Devoto ir a misa era, de alguna manera, volver a la vida. “A Bellavigna lo vemos en la Comisión Interdisciplinaria y en las misas. Las misas teníamos que pelearlas. No piensen que nosotros íbamos a misa porque éramos profundamente católicas. Era para salir de las condiciones de encierro. En el 77, la dictadura consideraba que nosotros habíamos sido derrotados, por eso aprietan adentro con todo. En el sentido de que pasamos a estar encerradas 21 horas, 22 horas por día. Para nosotras ir a misa era tener un lugar amplio, con ventanales, en el que entraba el sol”, revive Mirta Clara, una ex detenida de 29 años de edad en aquel fatídico año 77. Hoy las ex presas políticas recuerdan:
–Las misas eran para encontrarnos con nuestras compañeras. La hora de la misa era hablar con la compañera del otro piso y traer noticias. Del otro piso... venía el familiar de Rawson y era pasarte noticias –recuerda Norma Vera, una morocha de cabellera larga y enrulada que entró a Devoto a los 18 años, en 1975.
–Y cantar –dice Claudia Kon, una peliroja de piel muy blanca y voz terciada que entró a Devoto a los 22 años, en 1978.
–Y encontrarnos y, de golpe, transformar ese espacio en espacio de expresión. Y ahí se recordaba gente, se recordaban hechos, era una espacio político también –explica Graciela Gribo, que entró al penal los 21, en el mismo año que Kon.
Las misas eran un momento de aire y luz para las detenidas políticas. Zulema Facciola entró al penal en marzo del 76, a los 39 años. Unos meses antes, había sido detenida y torturada fuera del establecimiento. Militante en el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, Facciola tuvo oportunidad de participar en misas de la cárcel. “Algunas veces yo hacía lo que se llama ‘dirigir la misa’, es decir, ir presentando las lecturas, ir aclarando las distintas partes –cuenta-. En una oportunidad para Navidad hice un guión, basándome estrictamente en el Evangelio, presentando a Jesús Cristo, como había sido perseguido por las autoridades de su tiempo, como preso político, como condenado por el poder dominante en su época. El cura Ballavigna no me interrumpió en ese momento, pero a través de sus predicas trataba, en cierto sentido, de desvirtuar toda esta imagen que yo daba. Por eso, las compañeras, con ese humor que a pesar de todas las situaciones nos salvaba, me decían que eso fue una verdadera payada. Y quedó así, como la ‘payada’ –ríe-“.

Entonces no




“Nosotros durante mucho tiempo, en las requisas, decíamos ‘bueno, nosotras nos sacamos la ropa, pero no nos sacamos ni el corpiño ni la bombacha’. Y el penal avanza sobre que nos sacáramos la ropa interior. Hasta el año 78 mantuvimos el no bajarnos la bombacha. A lo que, por supuesto, no te bajabas la bombacha e ibas al calabozo. Pero manteníamos la consigna. En un determinado momento hubo un grupo de presas que planteó que si vos hacías conducta, no te iban a poder sancionar. Otras pensábamos que para que haya chicas buenas tiene que haber malas. Pero decidimos, para no diferenciarnos, acceder. Al día siguiente, nos bajamos la bombacha. Pero cuando lo hicimos, el requerimiento fue ‘ahora agáchense, flexionen...’ Entonces no. Eso no. Fuimos todas al calabozo otra vez –rie Isabel-“.






Todas las imagenes de esta nota pertenecen a Diego O. Orfila

miércoles, 9 de marzo de 2011

Floreal Ferrara 2005. La salud y el antagonista

Médico cardiólogo, sanitarista y referente irreductible del peronismo, Floreal Ferrara falleció hace casi un año, el domingo 11 de abril del 2010, a los 84 años. La entrevista que sigue fue publicada en mayo del 2005 en la revista LEZAMA (reeditada para TRUCO Y RETRUCO). Ferrara aun contaba con una capacidad de discusión potente. Rengo para caminar pero gran conocedor del terreno filosófico, el experimentado médico defendía a capa y espada su histórica idea de una política en salud llevada adelante en una gestión directa y popular. La explosión del asambleísmo post diciembre del 2001 más los libros de Michel Hardt y Toni Negri pusieron a Ferrara en sintonía con los tiempos que corrían de la primera década del siglo XXI. Con su experiencia a cuestas, Ferrara amasaba un proyecto político de gestión en salud que deambulaba en una extraña contradicción del peronismo –una más y van...-, quizás la más jugosa de todas: aquella que va desde Ramón Carrillo, el genial estratega del Estado, y Eva Perón, el ícono indiscutido del pueblo.
Teoría Social y Salud (1985), Teoría Política y Salud (tres tomos, 1994), Teoría de la Corrupción y Salud (dos Tomos, 1997), Teoría de la Verdad y Salud (2004) fueron algunos de los últimos libros de Floreal Ferrara.

Por Diego O. Orfila.
Publicada en revista LEZAMA, mayo 2005, año 2, nº 13.


Heredero en línea directa de Ramón Carrillo, ministro de Salud Bonaerense en tiempos de Oscar Bideagain y la Tendencia, también ministro de Cafiero en el ’87, Ferrara sorprende con su vitalidad. Con lenguaje directo y descarnado, el hombre proclama la caída del sistema de salud capitalista. Cardiólogo y experto en desarrollo económico y social, Ferrara no es un apocalíptico. Aunque sí un atrevido para lo que son los tiempos. Mientras corrige su próximo libro, titulado provisoriamente Antagonismo y salud, propone una nueva política sanitaria basada en autonomismo y gestiones asamblearias. En el fondo, acaso, a sus 80 años, Ferrara se refiere a lo que él mismo ensayó como funcionario en el 87: el plan ATAMDOS (atención ambulatoria domiciliaria de salud) que organizaba la política de salud a través de reuniones populares en lugares públicos.

-En sus últimas apariciones públicas usted afirma que el sistema de salud se derrumbó, ¿por qué?
Floreal Ferrara –El sistema de salud se derrumba porque se está derrumbando el sistema capitalista. Para decirlo en términos que se entiendan: Estados Unidos, el imperio, tiene en este momento más de 40 millones de norteamericanos que no están en el sistema, que no tienen respaldo para la salud. En la cuna del capitalismo. Cuarenta millones implica casi la República Argentina entera sin respuesta. Todo el capitalismo está en crisis en el mundo. Pero particularmente los Estados Unidos ni siquiera tiene los aportes suficientes para resolver los dos grandes sistemas, el medicaid y el medicare. A esos 40 millones no los atiende nadie. Pero hay otra cosa. El capitalismo ha depositado enormes esperanzas en el propio desarrollo competitivo de la tecnología. La tecnología ha infectado al sistema sanitario. Es más importante que la propia atención de la salud. La atención de la salud en el campo moderno está directamente relacionada con la tecnología. Porque la tecnología es la última expresión de la soberbia del capitalismo. La tecnología es la conducta que el capitalismo encuentra para enfrentarse con el antagonismo de la clase trabajadora.
-¿Qué pasa en Europa que tiene una tradición de Estado de Bienestar?
F.F. –La tradición del Estado de Bienestar se cayó a expensas de que el gran mecanismo de conducción de la salud es tecnológico. En estas condiciones, la tecnología ha superado económicamente lo que se puede resolver desde el punto de vista de la salud. No hay un solo Estado en el mundo, ni siquiera el Estado inglés, que pueda resolver la encrucijada de la salud. El sistema de salud inglés es un sistema estatal. Es un sistema del Estado que podría estar resolviendo el tema, pero no lo puede hacer. ¿Por qué? Porque la invasión tecnológica supera la perspectiva económica del sistema. Esto resulta de una trascendencia enorme, porque cualquiera de nosotros tiene la pretensión de decir “para resolver el problema de salud, hay que estatizar el problema de salud”. Pero Inglaterra no lo logra resolver. La cuestión está en que el capitalismo le ha impuesto el mecanismo a partir de un desarrollo tecnológico fenomenal.
-¿La tecnología no sirve? ¿La tecnología de alta complejidad no ha servido para solucionar enfermedades que antes no se las podía tratar?
F.F. –La tecnología de alta complejidad en el campo de la salud ha resuelto el problema del diagnóstico pero no está pudiendo resolver el gran problema de la terapéutica. Porque la cuestión no obedece al hecho de saber estricta y exclusivamente de qué enfermedad estamos hablando, sino de entender que esa enfermedad tiene que ver con la sociedad. Y cuando esa enfermedad tiene que ver con la sociedad, por más que el diagnóstico sea preciso, justo, casi magistralmente hecho ¿cómo se resuelve? Si usted tiene en su poder en estos momentos una tecnología como es la tomografía computada y la resonancia magnética, y ahora en el mundo la resonancia de positrones, que le permite llegar a saber que hay una célula en tal lugar del cerebro o en tal lugar del pulmón que se está transformando en una célula cancerosa y usted está en condiciones de producir ese diagnóstico, resulta que la terapéutica no está a la mano. No porque sea perversa sino porque en el campo de la terapéutica intervienen los fenómenos sociales. Y los fenómenos sociales son totalmente adversos al capitalismo que los produce. En este momento hay un desarrollo en el mundo de una tecnología que se llama la nano tecnología. La nano tecnología presume que es capaz de producir una máquina, en términos de Gilles Deleuze diríamos un instrumento maquínico, destinado a ir a romper esa célula. Si fuera cierto, estaríamos en la panacea que estábamos esperando. Ahora viene el interrogante: ¿quién maneja esa nano tecnología? Los mismos que están manejando el gran negocio de la terapéutica, de los medicamentos, el enorme negocio de esta fórmula del diagnóstico. Cuando usted mira cuidadosamente cuáles son las curvas de la tomografía computada, y cuáles son las curvas de la resonancia magnética nuclear dice ¿cómo puede ser que avance tan brutalmente la tecnología magnética sobre las demás? ¿qué han hecho las otras para ser suplidas? Nada. ¿Y qué hizo ésta para superarla? Nada. ¿Dónde está el negocio? El negocio está en que las transnacionales que manejan estas tecnologías son capaces de manejar exactamente lo que se necesita manejar, que es la publicidad, los medios de comunicación. Con los cuales, los médicos y la población creen que ahí está la salvación.
Ferrara juega al contrapunto. El ex funcionario habla con pasión. Peronista al viejo estilo, la referencia de Ferrara es John William Cooke. El “Bebe” Cooke, como lo llama el doctor. Mientras entrecierra sus pequeños ojos acerados, lo recuerda jugando al poker y citando a Chesterton. “Hoy Cooke estaría peleando para construir un hecho nuevo –reflexiona Ferrara-, como peleó después de alguna de las desaveniencias que tuvo con Perón. Era un revolucionario. Venía de la oligarquía. Del radicalismo, transador, si habría que ponerlo en los términos de Arturo Jauretche, del radicalismo cipayo. Sin embargo, el tipo se liberó de eso a partir de pensar en dónde estaba la lucha. Sebastián Borro estaba encabezando la revuelta del frigorífico Lisandro de la Torre -en 1959-. Llega Cooke y le pregunta ‘¿puedo entrar?’. ‘No hace falta ¿vos vas a estar?’, le dice Sebastián. Y Cooke no entró al frigorífico, no hacía falta, pero se pone al lado de los trabajadores”.

-¿Cuál es el papel de los Estados respecto del capitalismo y la tecnología?
F.F. –Ja ja –ríe-. Me sonrío porque de qué estamos hablando: de los Estados burgueses. No tienen ningún papel. ¿Usted cree que el Estado argentino puede resolver el problema terapéutico, cuando el Estado argentino en el campo de la salud está manejado directa y totalmente por las transnacionales del medicamento, las transnacionales del equipamiento, las nacionales de sanatorios, clínicas, etcétera? El sistema no quiere la salud, quiere la enfermedad. Precisamente quiere la enfermedad porque ellos creen, y es cierto, que ahí tienen su ganancia. La ganancia está demostrando que eso que los economistas llaman la ecuación costo beneficio que podría estar dando la solución, implica exactamente el derrumbe. Porque esa búsqueda terapéutica no está en sus planes. Está la búsqueda diagnóstica que es la búsqueda estricta y exclusivamente de la enfermedad. Y ahora en términos más simples: si usted quiere resolver el problema del cáncer de pulmón, tiene que anular las fábricas de cigarrillos. Y tiene que anular esa cosa diabólica que significa la contaminación ambiental, de los automóviles, de las fábricas, etcétera.
-Eso escapa un poco a la cuestión de la salud...
F.F. –Ja ja ja –ríe sonoramente, gira sobre el sillón con rueditas y se echa hacia atrás-. ¡Qué infame lo que está diciendo! ¡Es una infamia! Ja ja ja. ¡Cómo va a escapar de la salud la sociedad!, si adentro de la sociedad está la salud.
-Me refiero a que, por ejemplo, en un caso de contaminación ambiental en dónde lo que el Estado debería hacer es encargarse de la empresa que contamina, el área de salud termina encargándose de lo que no se encargan otras áreas. En ese sentido digo que escapa al área de salud.
F.F. –Claro, claro. Porque el área de salud desde el punto de vista de la realidad cotidiana se encarga de los cadáveres, no de quien los produce. Cuando hay que ir a buscar a los que los producen. Esto es una vieja historia y un viejo ejemplo de la salud que yo, como profesor de la facultad, lo repetía a cada rato y era muy simpático. En una curva muy peligrosa de los Alpes se desbarrancaban todos. Entonces, un tipo muy inteligente puso un hospital abajo. Ahí recibía a todos. El tema no era el hospital, había que corregir la curva. Eso es la salud. Para resolver el problema de la salud hay que resolver el problema de la sociedad. Entonces, claro, la salud no tiene solución si no tiene solución la sociedad. Pero pensemos que para resolver el problema de la esclavitud y de la explotación en el mundo, hay que resolver el problema del trabajo. Esto lo viene anunciando hace ya un siglo y medio Carlos Marx. Está en nosotros poderlo resolver. Perón mismo logró grandes cosas en este sentido. Cuando llegó Ramón Carrillo al ministerio de salud teníamos una tasa de mortalidad infantil del casi 120 ó 150 por mil nacidos vivos, cuando él se fue teníamos 50. Y qué dijo Carrillo: “no fue mi acción, fue la acción de la justicia social”.
-En ese caso, había una política del Estado.
F.F. –No, no, no, su concepción del Estado es una concepción vieja. El Estado es siempre burgués y, como tal, está siempre sostenido por las clases dominantes. Esto lo enunció Marx y lo comprendió hasta la gran puta Perón y Carrillo. Precisamente porque sabían dónde estaba el poder. Y el poder, o es de los trabajadores o no se resuelve el problema de la salud.
-Ahora vamos a ir a ese tema...

F.F. –Usted tiene un gran desprecio por las cosas que yo digo, porque tiene una concepción liberal de la gran puta –risas-.
-Ahora vamos al tema de la solución, pero lleguemos al fondo del problema. En la Argentina hay tres niveles en salud: las prepagas, las obras sociales y el sistema estatal...
F.F. –¡No me hable de eso! –interrumpe-. Es una antigüedad eso que me está diciendo. Existe pero es una antigüedad. Es una cosa del sistema absolutamente keynesiano, capitalista.
-Claro, justamente, las cifras dicen que las prepagas son las que menos gente atienden pero son las que más gastan. El problema es el negocio de la salud.
F.F. –Seguro, para darle una idea jocosa pero al mismo tiempo lamentable, cuando nosotros estudiábamos con algún cuidado dónde se gastaba más en medicamentos, nos encontramos con que el país estaba gastando, más o menos, un 30, 32 por ciento del gasto total en salud. Un gasto infernal, con la mitad debería estar resuelto. Esto siempre fue así, hoy mismo incluso. ¿Quién actúa ahí? Actúan todos. No es que las empresas sean vivas, es que los que están abajo son explotados y los médicos son parte de esa explotación. Recetan, recetan, recetan. Bien. Después seguimos analizando la situación para ver cómo estaban los hospitales públicos: el gasto era menor. No mucho, pero era menor. Después nos pusimos a mirar el gasto en las prepagas: el gasto era descomunal. Y yo decía en clase, y lo sigo repitiendo, “qué se jodan, quién les manda a ir a esos lugares”. Si ahí está todo pensado para que los pacientes salgan del consultorio con una receta lo más cara posible y con la mayor cantidad de medicamentos. El problema no está allí. Si usted quiere resolver, por ejemplo, el cáncer de pulmón, tiene que actuar, necesariamente, sobre la contaminación. Es actuar contra la sociedad burguesa, contra la sociedad productiva de bienes. Si usted debe actuar sobre el enorme gasto de utilización de antidepresivos y todo lo que tiene que ver con la situación psiquiátrica, tiene que actuar contra una sociedad que es estresante, que es angustiante y que produce toda cantidad de fobias. No debe darle remedios. Entonces, estamos hablando de un mecanismo perverso que lo que no quiere cambiar es la sociedad.

Ferrara imposta una voz carrasposa e imita a Perón. “¿Es difícil encontrarse con un tipo de izquierda que todavía siga pensando que Perón fue un revolucionario, no?”, pregunta el doctor. Ríe, detrás del amplio escritorio de su casa de Villa Urquiza, plagado de libros y manuscritos. Luego los recuerdos se encaminan a 1973, al ministerio de salud de la Provincia de Buenos Aires: “Fue una experiencia muy dolorosa. Yo fui ministro del gobernador don Oscar Bidegain. ¡Un señor! Además un héroe civil. Pero no nos alcanzó. Nos voltearon a los 100 días. Con Héctor Cámpora caímos nosotros. Toda la derecha del peronismo más reaccionario, nos peleó metro a metro, centímetro a centímetro. Pero igual hicimos cosas importantes. En esa época, consolidamos la perspectiva de que los hospitales estuvieran en mucha relación con las obras sociales”.

-¿Usted escuchó hablar del marketing médico?
F.F. –Eso es el mercado. ¿O qué esperaba? ¿Qué el mercado sea decente? El mercado es siempre absolutamente perverso. Mire la curva de la mortalidad infantil y la curva de la mortalidad materna en la República Argentina y se va a encontrar con calamidades. Acabo de terminar un artículo en este momento sobre la mortalidad materna en la República Argentina. Existe cantidad de elementos ahí adentro, entre los cuales están los abortos clandestinos. Sí, claro que están, pero es la sociedad patológica. Si usted focaliza el episodio sirve al enemigo, porque está anulando la totalidad. Esto es hegeliano. O se analiza la totalidad o no se entiende de lo que estamos hablando. El Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud dicen “mire el síntoma y resuelva el síntoma”. El chico tiene fiebre, démosle aspirina y se la resolvemos. Pero en verdad, el chico tiene una tuberculosis. Se va a morir porque estuvimos mirando el síntoma. Aquí es lo mismo: mire el síntoma, focalice el síntoma, observe el síntoma y corrija el síntoma. ¿Qué síntoma? Dónde está la contaminación, dónde está el estrés. Resulta que el 40 por ciento de la población argentina no puede acceder a un remedio porque no tiene el dinero, pero no para comprarlo, sino para ir al médico para que se lo recete. La salud no es un problema de microbios. Como decía Carrillo magistralmente, “cuando usted habla de los problemas de la salud, los microbios son una pobre causa”. Esta es para mi una frase memorable del negro Carrillo.

-El ATAMDOS fue en el 87 y 88, cuando usted fue ministro de salud en la Provincia de Buenos Aires, ¿cómo fue esa experiencia?
F.F. –Fenomenal, pero había que bancársela. Usted iba a una asamblea del ATAMDOS y se encontraba con todo ahí adentro. Con los locos, con los borrachos, con los pibes, con las gallinas, con los perros. Era el pueblo. Se hacían adentro de un club, en la casa de alguien, en una cocina, donde fuera. Y si no había ningún lugar, debajo de un árbol, como en los viejos tiempos de Grecia. Yo cuento siempre una anécdota enormemente conmovedora. Han pasado ya casi 20 años y no me la puedo olvidar. Una muchacha con toda la cara de india, tenía un niño en cada pecho porque sus hijos eran mellizos, y dijo “esto está fenómeno, esto viene muy bien, pero aquí tenemos un grave problema que está dado por el dueño del horno de ladrillos”. Dije “qué será, un problema ecológico” –rie como para sí-, no podía entender qué estaba pensando la muchacha. Entonces ella continuó “lo que pasa es que a nuestros machos le están pagando 5 pesos y les tienen que pagar 12”. No me acuerdo ni de que moneda. “Y ahí está, el ATAMDOS tiene que ir a pelear esto”, insistió la mujer. A los 10 días me llaman por teléfono, dice la gente del ATAMDOS número tanto, era en las afueras de Florencio Varela, a ver si es capaz de ir a la reunión. Fui a la asamblea. Me senté en un árbol caído, en un tronco, porque no había donde sentarse, yo soy rengo y en algún lado me tenía que sentar –ríe-. La misma muchacha dice “ya está, ya lo resolvimos, al tipo lo apretamos y ya nos paga 12 mangos”. Esa era la salud. Esa es la salud: cuando la comunidad toma en su poder, el poder. Y no es necesario, no estoy tan seguro de esto que le voy a decir, ir a tomar el Palacio de Invierno al estilo de Lenin. No, a lo mejor no es necesario –duda-. No lo sé.
-¿Cómo se resolvía el problema de cuestión técnica y de la administración técnica?
F.F. –Je je je, –ríe gravemente-. La cuestión pasa por que mientras la facultad y las academias no formen a los profesionales como los tienen que formar, la comunidad tiene que manejar el proceso. Nunca he visto una cosa más dúctil, más enormemente esclavizada, más enormemente colonizada que la profesión médica. Nunca. Sigue lo que le dictan los poderosos. Si usted observaba el panorama de los ATAMDOS, que para mí fue de enorme significación para darme cuenta por dónde pasa la realidad del poder, observaba lo que eran las enfermeras al lado de los médicos y sentía que la revolución estaba en las enfermeras. Y está. En las psicólogas y en los psicólogos más o menos, dependía de qué formación tenían. En los médicos, pocos. Pocos. Pero las enfermeras empujaban. Y la comunidad empujaba.
-¿Por qué las enfermeras tienen esta distinción respecto de los médicos?
F.F. –Porque son más carne de pueblo. Uno, como médico tiene un adiestramiento y al mismo tiempo una esclavitud más cercana porque el imperio impone la teoría y impone la práctica. Hay dos o tres elementos claves, entre los cuales están los medicamentos y el equipamiento, que te imponen la práctica. Las facultades de medicina son parte del sistema. Ninguna de ellas se está planteando que hay que hacer una revolución para producir salud. No, hay que recetar más y más y más. Hay que hacer más y más tomografías. Hay que hacer más y más resonancias.
-Michel Foucault hablaba del discurso médico y el poder.
F.F. –Foucault descubre el gran concepto del biopoder. Se da cuenta que en la sociedad se ejerce un poder sobre las vidas. El biopoder utiliza un hecho que se llama la biopolítica. Es decir, la política hacia la vida. Produce hegemonía y produce disposiciones casi de esclavitud. O por lo menos de explotación. Para salir de eso, la perspectiva es la construcción de autonomía. Lo dice claramente en Imperio y sobre todo en el último libro, Multitud, Michel Hardt y Toni Negri. Ahí está mucho más claro porque nos vienen a enseñar que el gran capitulo de la liberación, desde Marx en adelante, está en los explotados. Y el primer escalón de los explotados son los enfermos. Marx decía que la enfermedad es esclavitud. Ahora, fíjese que ninguna de estas cosas son ya quiméricas. Circulan en el mundo. Están formando parte de la mentalidad del mundo.
-Según la experiencia del ATAMDOS, insisto, ¿cómo resolvía el problema de la administración?
F.F. –Lo manejaba la comunidad de punta a punta. La asamblea designaba un grupo coordinador, generalmente 8 ó 10 personas. La asamblea se constituía por todo el universo que estaba directamente relacionado con ATAMDOS. Un ATAMDOS atendía 300 familias, más o menos unas 1200, 1500 personas. Se llamaba a asamblea cotidianamente. Dos tipos levantaban las manos y ya había asamblea para el día siguiente. A su vez, la asamblea designaba al consejo coordinador. Ese consejo coordinador recibía los medios, recibía la economía, recibía los insumos. Y decidía que había que hacer. Un día uno dijo “che, acá el gran problema es la basura, las moscas, qué mierda hay por acá”. Entonces resolvieron construir un gran cajón con ladrillos. Nos pidieron ladrillos, fueron ladrillos. Adentro metieron otro cajón de madera que ellos mismos hicieron. En este último volcaban todos los residuos. Esto quedaba tapado. Luego tenía que venir el camón de la municipalidad y se llevaba la basura. Habían resuelto el tema de la contaminación. De repente, el camión no venía y, ¿qué hacíamos? Se iban los asambleístas a la municipalidad, le apretaban los huevos a quien había que apretar y el camión venía. Eso era, por ejemplo, en Tandil, pero fue en muchos lugares. Nosotros alcanzamos a conformar 150 ATAMDOS. El pobre esquema no alcanzó a vivir. Pero era una revolución en marcha.

Ramón Carrillo y la salud estatal o la salud pública

“El negro Carrillo era genial. Yo tuve la suerte de hablar mucho con él. Ramón era un cabecita negra. Feo, mofletudo, panzón. Cuando él hablaba de las cosas de la salud, decía ‘a mi me facilitó mucho que hubiera mucha guita en el país’ –ríe Ferrara-. ¡Claro, cómo no lo va a facilitar! ‘Pude hacer hospitales, pude hacer todo esto’. Igual, él tenía una concepción mucho más sanitarista céntrica, mucho más médico céntrica que la que yo tengo en estos momentos. Claro, han pasado 60 años desde entonces. Me puedo permitir el lujo de tener discrepancias con el negro, del que yo aprendí todo lo que sé y mucho más, porque lo escuché muchas veces. Lo escuché en la pelea fenomenal con Eva. Qué linda pelea. El negro decía ‘los hospitales son del Estado y el Estado es el responsable’. ¿Usted que piensa?, le decía a Eva. Ella le respondía ‘no, los hospitales son del pueblo, los tiene que manejar el pueblo’. Y me preguntaba a mí ‘¿y usted que piensa?’. Que tiene razón Eva, decía yo. ‘¡No ve que son todos unos revolucionarios! No entienden nada’, se enardecía Carrillo”.
-Ese sería el debate entre salud pública y salud estatal.
F.F. –Sí, sí –piensa- es cierto. Pero ahora es más fácil concebir cuál es el camino del Estado. Con los ATAMDOS, con la Atención Ambulatoria Domiciliaria de la Salud, le dábamos el dinero, convocábamos a las asambleas. La propia población que estaba bajo el programa se reunía semanalmente y a veces dos o tres veces por semana para resolver los problemas. Y resolvían los problemas. Cuando la comunidad, la población, como dice Negri, cuando los comunes intervienen en la resolución de los propios problemas no hay quien los pare.






martes, 1 de febrero de 2011

Muriel Frega. Es como comerse un chocolate

De los tacos del grabado a ilustración. De la Academia al cómic de estilo personal. De medio a medio, su hija y su visión del mundo femenino. En esta entrevista, la ilustradora oculta, al igual que Amy Winehouse –al parecer, una de sus musas-, vuelve a negro.


Por Diego O. Orfila

Su nombre es desconocido. Pero Muriel Frega ilustró las portadas de libros taquilleros y entretenidos. Entre sus trabajos más resonantes está la portada de Sábados de súper acción (de Verónica Schulman, Editorial Plaza & Janés, 2008), la colección de novelas para adolescentes ¿Verdad o consecuencia? de la inglesa Cathy Hopkins que la editora V&R saca en castellano y Reinas (editorial V&R, 2007). Colaboró como ilustradora en el suplemento “Mujer” del diario Clarín, en la revista Ohlala! pero también con la revista Barcelona, entre otras participaciones. Muriel tiene 38 años de edad, es especialista en grabado y artista graduada en las Bellas Artes. No viene del humor ni de la historieta alternativa. Pero busca meterse en problemas. Por esa razón, con matices o sin ellos, incursiona en el comic con un diseño y una sensibilidad de ruptura.

-En el 2008 hicista la tapa de Sábados de superacción (de Verónica Schulman, Plaza & janes editores). Es literatura liviana. Se vendió bien.
Muriel Frega: –Con la literatura liviana mucha gente se engancha y luego lee otras cosas. Sábados de superacción yo lo leí de a partes. Porque cuando me encargaron el trabajo creo que no lo tenían del todo armado. No me lo mandaron entero. Estuvo buenísimo porque para eso hice cinco o seis opciones para encontrarle el concepto. Enganchamos finalmente con lo que la autora quería.
-¿Tu estilo tiene que ver con este tipo de literatura?
M.F.: -Estoy un poco ahí en el borde, a mi me gusta la liviandad. Lo muy publicitario. Las cositas hechas. La primera impresión que es placentera. Están hechos para eso. Es como comerse un chocolate –voz suave pero definida como una taza de te-. Si comés mucho, sabés que te va a caer mal.
-En la tapa que hiciste para Rosalía en una noche muy rara y otros cuentos (editorial Riderchil, 2010), de Graciela Repun y Julián Melantoni, un libro para chicos, hay oscuridad.
M.F.: -La historia es un poco oscura. Estuvo muy bueno hacerla. Hablé con Graciela Repun porque eran tres cuentos bastante distintos y la imagen que yo tenía para la tapa, que a ella le había encantado, no vendía lo suficiente. Ese libro lo hice dos meses después de que nació mi hija. Había cambiado completamente mi estructura mental, mi manera de trabajo, y no podía terminar de ubicarme. Graciela me dijo ”a mi me gusta lo de las mascaras, tiene que ver con tu estilo”. Buenísimo.
-¿En qué cambió tu estructura de trabajo con el nacimiento de tu hija?
M.F.: -Más que nada la estructura de pensamiento lineal. Estoy pensando algo y al medio segundo tengo una interrupción y se desvía hacia otro lado. Hay un montón de cosas que las dejás y que te quedan por la mitad. Quizás no las retomo. Antes yo me podía poner obsesiva, tres días solamente con esto. Lograba un nivel de concentración y algo salía. Ahora ya no llego ni a mirar el papel y mi hija, Esmeralda, se fue para corriendo para allá –ríe-, se fue para acá, está ansiosa, hay que darle de comer –sonrie con boca ancha-. Hay que esperar a que se duerma.
-Tenés una etapa más oscura. En blanco y negro. Trabajabaste con grabado.
M.F.: -Eso fue antes del 2002. Nada de eso se editó. Fue un quiebre en algún punto entre si sos ilustrador o sos artista plástico. Los dos circuitos son distintos. Es complicado moverse de un lado a otro.
-¿Cómo te definís?
M.F.: -No sé –ríe con ganas-. En realidad, me gustaría no poder definirme nunca. El definirse es decir soy esto por lo tanto, todo lo otro no lo soy. La gente cambia y necesita otras cosas.
-Si bien tenés trabajos en matices, también hay muchos de los publicados con superficies en color por superficies sin tonalidades.
M.F.: -Me gustan las formas planas y sin nada más. Me parece que tiene más que ver con el principio de lo que es el grabado. Trabajo mucho con paletas limitadas. Tres o cuatro colores. Los combino y no agrego ninguno más. Eso tiene que ver con el grabado. Tenés un taco para cada color y arreglate con eso. Es lo que podés hacer. Todos los grises que le puedas sacar a un negro y todos los celestes que le puedas sacar a un cian. La mezcla de todo eso te da la riqueza de tonos. Pero estas usando solamente dos colores.
-¿Esa es la influencia de tu origen en el grabado en tu trabajo de computadora?
M.F. –Sí. Son formas de pensar las cosas. O como una siente las cosas.
-¿Buscás que se note la marca de la computadora?
M.F.: -Busco meterme en problemas. Porque trabajar con una paleta limitada de cuatro colores, por ejemplo, es meterse en problemas. A veces decís "acá me queda negro sobre negro y como lo soluciono" y "no puedo poner celeste del otro lado porque celeste sobre celeste porque no se ve –risa fresca-" Y no quiero meter línea. Me meto en problemas a propósito para ver como lo resuelvo.
-¿Pensás en volver a los pinceles y a las pinturas?
M.F.: -Pasado el tiempo perdés la sensibilidad de la mano y el lápiz. La computadora tiene un montón de cosas. Pero la sensibilidad del lápiz y del papel, dos cosas extremadamente simples, es muchísima más compleja de lo que uno se pueda imaginar. Logras cosas muy personales.
-Esto tiene que ver con formas de trabajo que cambian en la medida en que tenés que cambiar a tu hija.
M.F. –Sí –su hija juega en su falda-. Ella va cambiando también y yo tengo que ir cambiando con respecto a ella –rie-. Llegamos a una etapa en la que vos hasta acá y yo hasta acá. Nos vamos complementando. La computadora tiene la ventaja de que no tenés que limpiarla ni ordenar todo después de trabajar. No mancha.
-Al contrario de lo que deciamos hace un rato, en “El collar de Lilith”, el comic que hiciste para Ábreme (editorial Moebius), y en otras historietas, desplegás muchas tonalidades a partir de un solo color. También es una característica en tu trabajo.
M.F.: -Cuando era pendeja, a los catorce años, mi mamá me mandó a estudiar pintura. Tuve dos maestros, Raúl, fanático de Picasso, y Mabel, loca por el color. Todo los que aprendí del color estuvo ahí. Fue raro cuando les dije “voy a hacer grabado”. ¡Cómo, grabado es blanco y negro! –afina la voz, como una vieja maestra de escuela- ¡Y el color! Hice muchas cosas en grabado en color, solucionándolo. Con un montón de tacos. Ahí complementé todo aquel primer aprendizaje del color. Con limitaciones, una crea paletas y va buscando un uso más personal del color. Me parece que en otras cosas puedo tener un estilo más disperso pero en el uso color se une todo en mí.
-Ese juego de tonalidades le da calidez.
M.F.: -En “El collar de Lilith” buscaba resaltar bien los cambios de clima. Ese comic, en particular, es una historia dentro de otra historia. Se trata de una familia de bailarinas en varios capítulos. En este caso, le tocó a Lilith, un amor entre dos mujeres. Pero cada una de ellas es un baile distinto y una relación de amor distinta. Son todas bailarinas que sufren por amor –su voz tiende a apagarse-.
-¿Cómo es tu relación con el comic?
M.F.: -Antes de esto hice Los espantapajaros, con el guión de Carina Mauregui. Eso fue en el dos mil... –se interrumpe y piensa-. En el 2008. Tengo un año borrado –se larga a reir-. El 2009, en el que estuve embarazada. Yo creo que cuando termine de hacer “El collar de Lilith” quedé embarazada. Por eso, Javier Barrera –guionista de "El collar..."- me decía “vas a ver que va a ser mujer”. Tuvo razón. Los espantapajaros fue la primera historieta que hice. No sabía bien como encararla y decidí experimentar. Carina me pasó diez líneas de texto. Me dijo “hacé lo que quieras”. Me rompió la cabeza.
-Siempre escribís con un guión. De alguna manera, también la ilustración necesita la palabra escrita.
M.F.: -Estaba probando. Me resultaba más cómodo que alguien me diera la idea cerrada de algo, que me provocara con algo que yo no cuestionara. En realidad, -se interrumpe-, es cierto. Antes, en el 2007, había intentado hacer yo misma una historieta sobre boxeo y una bailarina. Con un amigo quisimos hacer un laburo en conjunto. Así nos dabamos ánimo mutuamente. El me dijo “tirá vos una idea”. Me armé mi propio storyboard, sobre la bailarina y el boxeador. En ese momento no me gusto. Luego quedó el proyecto colgado. En la carpeta de las cosas que nunca se terminan, que está acá –señala-, debajo del escritorio. Me dije “voy a buscar un guionista”. Es esto y esto y lo sigo. Lo encontré con el texto de Carina.
-No sos del palo del comic.
M.F.: -No. Empecé a aprender en el hacer. Lo más autodidacta que hice en mi vida.
-Tampoco del humor gráfico.
M.F. –No, para nada. Digamos que curtí más la parte de bellas artes. Me maté cuatro años en la Belgrano –Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano-, en la Pueyrredón tres años más –Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, actualmente el IUNA-, un año más en la Cárcova -Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova, actualmente el IUNA- y dije basta. Después de eso hice talleres de grabado. La ilustración en principio aparecía como una solución económica. Pero después me atrapó porque me abría un universo bastante más amplio que la cuestión artística. Paradójicamente. Incluso por las técnicas que yo estaba estudiando. Hay muy pocas prensas de litografía y son técnicas que llevan muchísimo tiempo.
-Acá veo Otra canción, una de tus últimas historietas.
M.F. –En esta me autoguioné. Cuenta como cambió mi manera de trabajo desde que nació Esmeralda, mi hija. No está publicada en papel aun.
-En blanco y negro trabajas con tonos.
M.F.: –Qué lindo que digas eso. La hice en octubre del 2009. Tenía un bache de trabajo y aun estaba con mi licencia de maternidad. Necesitaba hacer algo. Dibujar algo. En un momento intenté ponerme con el tablero pero fue imposible. Así que tuve que buscarme la manera de laburar un poco y atenderla a ella, sin dejar de disfrutar ninguna de las cosas.
-Es bastante jugada. Por momentos hay contrastes. Luego matices.
M.F.: -Sí. Empieza con contrastes. Después se va yendo a los grises. En las últimas páginas el plano de valor desaparece.
-¿Cómo fue la anécdota cuando en editorial V & R te pidieron que ilustraras el libro Reinas al estilo Jordi Labanda?
M.F. –Esa fue la forma de Trini Vergara de explicarme lo que ella quería. Quería algo como Jordi Labanda. “Pero a tu estilo”, me dijo. A mi me encantó porque me aclaró gráficamente qué es lo que quería. Fue una de las pocas veces que me encontré con alguien que sabía exactamente qué quería. Entonces por más que el libro tuvo cambios, en ningún momento hubo idas y vueltas en cuanto a lo que era la gráfica y si el boceto va a para allá o para acá o cambios en el color. Cambios histéricos, le digo yo.
-¿Cambios histéricos?
M.F. –Más amarillito, más verdecito, no, volvelo a hacer. A veces pasa, en lugar de decirte “mira, no sabemos bien qué queremos, ¿podés traer tres o cuatro pruebas?” No. Te van cambiando para acá y para allá. Una se empieza a sentir incomoda porque parece que nunca le estás pegando a lo que se necesita. En realidad están probando. Está bien, pero creo que puede fallar algo en la comunicación. Trini, en cambio, me dijo fijate lo que hace Jordi Labanda y hace algo con tu estilo.


-Jordi Labanda feliz de la vida de que alguien más lo imite –risas-.
M.F. –No me salió –más risas- muy parecido. Son referencias de cosas que están de moda. Un editor finalmente lo que quiere es que el libro se venda.
-No se si aparece tan claramente en Reinas la influencia de Labanda. Más se ve en el afiche del octavo festival de cine de temática sexual. Algunas de tus ilustraciones tienen algo de glamour propio de Labanda.
M.F. –Sí –piensa- pero yo no se si tiene que ver con lo fashion. Hay algo –vuelve a pensar- pero no tanto. O quizás yo no me identifico con eso. No sé. No soy de ponerme en las vidrieras a ver la ropa que está de moda. A veces me traumo porque las mujeres las dibujo siempre con la misma ropa. No es nada cool. Hasta que veo otros y digo “mira las mangas que le puso. Por qué yo no las vi”.

Divito y las hermanas

Abril. Una casona de Belgrano, cerca de la calle Federico Lacroze. La luz amarilla por la ventana. Afuera la lluvia tenue. Brilla el verde las hojas de la enredadera sobre el granito en el anochecer. Adentro. Desorden en tonos madera. Papeles. Tablero. Por ahí, la computadora. Su estudio. Su casa. Su pareja. Su hija Esmeralda, en ese momento de cuatro meses. Hace morisquetas. Juega en sus muslos de jean celeste. Muriel Frega. Alta, delgada, morocha y de larga cabellera de bucles.

-Sacando algunos trabajos infantiles, todo lo tuyo tiene que ver con el mundo de las mujeres.
M.F. –Sí, eso tiene que ver con el hecho de que soy mujer. Siento como mujer. No por nada en Clarín ilustro el suplemento “Mujer” y no en el de negocios.
-Pero decís que el mundo de la moda, del glamour y de las chicas no tiene que ver con vos.
M.F. –Conmigo como persona, no. Nada. Existe algo del glamour y de la moda pero me parece que lo mío va más por la parte interna que por la externa. Se ve porque hay que mostrarlo de alguna manera y una usa códigos comprensibles. Pero lo mío va por otro lado. Por eso me siento mucho más identificada con lo que hice en El collar de Lilith. Es una estética muy femenina y, sobre todo al principio y al final, son historias de bailarinas, que también es muy femenino. Sin embargo, la gráfica está un poco al borde. Tiene unos lindos cambios abruptos de tonalidad. Momentos oscuros de la historia que se te van de lo femenino. Pero no.
-¿Cuáles son tus influencias?
M.F. –No sé... –piensa-. Cambian. Pero Amy Winehouse y Faith no more fueron mi banda de sonido.
-¿Te hicieron esta pregunta antes?
M.F. –Sí y nunca sé como contestar. Porque a mi me influencian cosas que no están directamente relacionadas con la plástica. Tory Amos fue otra gran influencia.
-Me refería a quiénes te podrían haber generado un quiebre. Por ejemplo, alguien me habló alguna vez de Divito.
M.F. –Divito, sí –piensa-. Mi abuela tenía un montón de almanaques de Divito –la voz parece la de una nena-. Yo me acuerdo. Con mis hermanas, cada vez que la visitábamos abríamos el cajón y mirábamos los almanaques de Divito. Mi me gustaba mirarlos. Lo disfrutaba. Quizás son imágenes que te quedan y que uno no terminaba de concientizar que eso te influencia.
-¿Cómo caíste en Ábreme?
M.F. –Fue un quiebre para mi. Los editores había visto Los espantapájaros y les gusto. Yo venía con la idea de la hacemos como queremos –deja volar su voz con liviandad-. Pero frente a una propuesta en concreto me dijeron “Bueno, ya. En dos meses”. Me senté. Estuve laburando obsesivamente a la mañana, a la tarde, a la noche. Me exprimí el cerebro. La hice. Cuando uno se compromete tanto personalmente sin un parámetro desde afuera, con completa libertad de hacer lo que quieras y estás bien motivada, pasa mucho tiempo y te sigue gustando eso que hiciste. Hay muchas cosas que uno hace, apurada o no, no terminás de identificarte, te desenganchás, o un cuestiones externas te sacan las ganas. En muchos proyectos empecé muy entusiasmada y después “que se pospone”, “que hay que bajar el presupuesto”. Llegás hasta la mitad y ya no te incentiva. Lo terminás diciendo quiero que se termine rápido –su voz se apaga-. Y es feo. Después se nota mucho. Yo lo noto. Te puedo decir exactamente cuales las hice con ganas y cuales no.
-Pasemos a las que hiciste con ganas.
M.F.: -Esto lo hice con ganas –señala un poster de fondo naranja que esta colgado de la pared sobre el tablero de dibujo-. Es el afiche del 8º Festival de cine de temática sexual, que se hizo en el 2008. Me lo guardé para mi, como algo que me identifica.
-Insisto, sos nueva en el mundo del comic. M.F.: -Soy re nueva –habla con frescura-. Yo disfruto mucho pensar el trabajo como un todo. Ver la tira entera del comic como piecitas de un dominó. Si el color tal llega hasta acá. Como una estructura independiente que tiene tanta importancia como el guión. La calidad del dibujo y el manejo del color van en paralelo con el guión, con la misma importancia. Tuve suerte con Los espantapajaros, que entró como finalista en el Concurso Nacional de Historietas Roberto Fontanarrosa y se publicó, “El collar de Lilith” que Moebius la publicó en Ábreme. Y la del boxeador y la bailarina –su voz se entusiasma-, la terminé yo sola, se llama Box, la mandé al concurso de historietas sin palabras (NoWords Comics), en Bolzano, Italia y quedó como finalista. Ahora me estoy dando una panzada de historietas y viendo distintas formas de relatar, qué es lo que quiero hacer, qué no.
-Yo no lo llamaría suerte.
Todas las imagenes que se exponen en este artículo perteneces a Muriel Frega.