martes, 1 de febrero de 2011

Muriel Frega. Es como comerse un chocolate

De los tacos del grabado a ilustración. De la Academia al cómic de estilo personal. De medio a medio, su hija y su visión del mundo femenino. En esta entrevista, la ilustradora oculta, al igual que Amy Winehouse –al parecer, una de sus musas-, vuelve a negro.


Por Diego O. Orfila

Su nombre es desconocido. Pero Muriel Frega ilustró las portadas de libros taquilleros y entretenidos. Entre sus trabajos más resonantes está la portada de Sábados de súper acción (de Verónica Schulman, Editorial Plaza & Janés, 2008), la colección de novelas para adolescentes ¿Verdad o consecuencia? de la inglesa Cathy Hopkins que la editora V&R saca en castellano y Reinas (editorial V&R, 2007). Colaboró como ilustradora en el suplemento “Mujer” del diario Clarín, en la revista Ohlala! pero también con la revista Barcelona, entre otras participaciones. Muriel tiene 38 años de edad, es especialista en grabado y artista graduada en las Bellas Artes. No viene del humor ni de la historieta alternativa. Pero busca meterse en problemas. Por esa razón, con matices o sin ellos, incursiona en el comic con un diseño y una sensibilidad de ruptura.

-En el 2008 hicista la tapa de Sábados de superacción (de Verónica Schulman, Plaza & janes editores). Es literatura liviana. Se vendió bien.
Muriel Frega: –Con la literatura liviana mucha gente se engancha y luego lee otras cosas. Sábados de superacción yo lo leí de a partes. Porque cuando me encargaron el trabajo creo que no lo tenían del todo armado. No me lo mandaron entero. Estuvo buenísimo porque para eso hice cinco o seis opciones para encontrarle el concepto. Enganchamos finalmente con lo que la autora quería.
-¿Tu estilo tiene que ver con este tipo de literatura?
M.F.: -Estoy un poco ahí en el borde, a mi me gusta la liviandad. Lo muy publicitario. Las cositas hechas. La primera impresión que es placentera. Están hechos para eso. Es como comerse un chocolate –voz suave pero definida como una taza de te-. Si comés mucho, sabés que te va a caer mal.
-En la tapa que hiciste para Rosalía en una noche muy rara y otros cuentos (editorial Riderchil, 2010), de Graciela Repun y Julián Melantoni, un libro para chicos, hay oscuridad.
M.F.: -La historia es un poco oscura. Estuvo muy bueno hacerla. Hablé con Graciela Repun porque eran tres cuentos bastante distintos y la imagen que yo tenía para la tapa, que a ella le había encantado, no vendía lo suficiente. Ese libro lo hice dos meses después de que nació mi hija. Había cambiado completamente mi estructura mental, mi manera de trabajo, y no podía terminar de ubicarme. Graciela me dijo ”a mi me gusta lo de las mascaras, tiene que ver con tu estilo”. Buenísimo.
-¿En qué cambió tu estructura de trabajo con el nacimiento de tu hija?
M.F.: -Más que nada la estructura de pensamiento lineal. Estoy pensando algo y al medio segundo tengo una interrupción y se desvía hacia otro lado. Hay un montón de cosas que las dejás y que te quedan por la mitad. Quizás no las retomo. Antes yo me podía poner obsesiva, tres días solamente con esto. Lograba un nivel de concentración y algo salía. Ahora ya no llego ni a mirar el papel y mi hija, Esmeralda, se fue para corriendo para allá –ríe-, se fue para acá, está ansiosa, hay que darle de comer –sonrie con boca ancha-. Hay que esperar a que se duerma.
-Tenés una etapa más oscura. En blanco y negro. Trabajabaste con grabado.
M.F.: -Eso fue antes del 2002. Nada de eso se editó. Fue un quiebre en algún punto entre si sos ilustrador o sos artista plástico. Los dos circuitos son distintos. Es complicado moverse de un lado a otro.
-¿Cómo te definís?
M.F.: -No sé –ríe con ganas-. En realidad, me gustaría no poder definirme nunca. El definirse es decir soy esto por lo tanto, todo lo otro no lo soy. La gente cambia y necesita otras cosas.
-Si bien tenés trabajos en matices, también hay muchos de los publicados con superficies en color por superficies sin tonalidades.
M.F.: -Me gustan las formas planas y sin nada más. Me parece que tiene más que ver con el principio de lo que es el grabado. Trabajo mucho con paletas limitadas. Tres o cuatro colores. Los combino y no agrego ninguno más. Eso tiene que ver con el grabado. Tenés un taco para cada color y arreglate con eso. Es lo que podés hacer. Todos los grises que le puedas sacar a un negro y todos los celestes que le puedas sacar a un cian. La mezcla de todo eso te da la riqueza de tonos. Pero estas usando solamente dos colores.
-¿Esa es la influencia de tu origen en el grabado en tu trabajo de computadora?
M.F. –Sí. Son formas de pensar las cosas. O como una siente las cosas.
-¿Buscás que se note la marca de la computadora?
M.F.: -Busco meterme en problemas. Porque trabajar con una paleta limitada de cuatro colores, por ejemplo, es meterse en problemas. A veces decís "acá me queda negro sobre negro y como lo soluciono" y "no puedo poner celeste del otro lado porque celeste sobre celeste porque no se ve –risa fresca-" Y no quiero meter línea. Me meto en problemas a propósito para ver como lo resuelvo.
-¿Pensás en volver a los pinceles y a las pinturas?
M.F.: -Pasado el tiempo perdés la sensibilidad de la mano y el lápiz. La computadora tiene un montón de cosas. Pero la sensibilidad del lápiz y del papel, dos cosas extremadamente simples, es muchísima más compleja de lo que uno se pueda imaginar. Logras cosas muy personales.
-Esto tiene que ver con formas de trabajo que cambian en la medida en que tenés que cambiar a tu hija.
M.F. –Sí –su hija juega en su falda-. Ella va cambiando también y yo tengo que ir cambiando con respecto a ella –rie-. Llegamos a una etapa en la que vos hasta acá y yo hasta acá. Nos vamos complementando. La computadora tiene la ventaja de que no tenés que limpiarla ni ordenar todo después de trabajar. No mancha.
-Al contrario de lo que deciamos hace un rato, en “El collar de Lilith”, el comic que hiciste para Ábreme (editorial Moebius), y en otras historietas, desplegás muchas tonalidades a partir de un solo color. También es una característica en tu trabajo.
M.F.: -Cuando era pendeja, a los catorce años, mi mamá me mandó a estudiar pintura. Tuve dos maestros, Raúl, fanático de Picasso, y Mabel, loca por el color. Todo los que aprendí del color estuvo ahí. Fue raro cuando les dije “voy a hacer grabado”. ¡Cómo, grabado es blanco y negro! –afina la voz, como una vieja maestra de escuela- ¡Y el color! Hice muchas cosas en grabado en color, solucionándolo. Con un montón de tacos. Ahí complementé todo aquel primer aprendizaje del color. Con limitaciones, una crea paletas y va buscando un uso más personal del color. Me parece que en otras cosas puedo tener un estilo más disperso pero en el uso color se une todo en mí.
-Ese juego de tonalidades le da calidez.
M.F.: -En “El collar de Lilith” buscaba resaltar bien los cambios de clima. Ese comic, en particular, es una historia dentro de otra historia. Se trata de una familia de bailarinas en varios capítulos. En este caso, le tocó a Lilith, un amor entre dos mujeres. Pero cada una de ellas es un baile distinto y una relación de amor distinta. Son todas bailarinas que sufren por amor –su voz tiende a apagarse-.
-¿Cómo es tu relación con el comic?
M.F.: -Antes de esto hice Los espantapajaros, con el guión de Carina Mauregui. Eso fue en el dos mil... –se interrumpe y piensa-. En el 2008. Tengo un año borrado –se larga a reir-. El 2009, en el que estuve embarazada. Yo creo que cuando termine de hacer “El collar de Lilith” quedé embarazada. Por eso, Javier Barrera –guionista de "El collar..."- me decía “vas a ver que va a ser mujer”. Tuvo razón. Los espantapajaros fue la primera historieta que hice. No sabía bien como encararla y decidí experimentar. Carina me pasó diez líneas de texto. Me dijo “hacé lo que quieras”. Me rompió la cabeza.
-Siempre escribís con un guión. De alguna manera, también la ilustración necesita la palabra escrita.
M.F.: -Estaba probando. Me resultaba más cómodo que alguien me diera la idea cerrada de algo, que me provocara con algo que yo no cuestionara. En realidad, -se interrumpe-, es cierto. Antes, en el 2007, había intentado hacer yo misma una historieta sobre boxeo y una bailarina. Con un amigo quisimos hacer un laburo en conjunto. Así nos dabamos ánimo mutuamente. El me dijo “tirá vos una idea”. Me armé mi propio storyboard, sobre la bailarina y el boxeador. En ese momento no me gusto. Luego quedó el proyecto colgado. En la carpeta de las cosas que nunca se terminan, que está acá –señala-, debajo del escritorio. Me dije “voy a buscar un guionista”. Es esto y esto y lo sigo. Lo encontré con el texto de Carina.
-No sos del palo del comic.
M.F.: -No. Empecé a aprender en el hacer. Lo más autodidacta que hice en mi vida.
-Tampoco del humor gráfico.
M.F. –No, para nada. Digamos que curtí más la parte de bellas artes. Me maté cuatro años en la Belgrano –Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano-, en la Pueyrredón tres años más –Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, actualmente el IUNA-, un año más en la Cárcova -Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova, actualmente el IUNA- y dije basta. Después de eso hice talleres de grabado. La ilustración en principio aparecía como una solución económica. Pero después me atrapó porque me abría un universo bastante más amplio que la cuestión artística. Paradójicamente. Incluso por las técnicas que yo estaba estudiando. Hay muy pocas prensas de litografía y son técnicas que llevan muchísimo tiempo.
-Acá veo Otra canción, una de tus últimas historietas.
M.F. –En esta me autoguioné. Cuenta como cambió mi manera de trabajo desde que nació Esmeralda, mi hija. No está publicada en papel aun.
-En blanco y negro trabajas con tonos.
M.F.: –Qué lindo que digas eso. La hice en octubre del 2009. Tenía un bache de trabajo y aun estaba con mi licencia de maternidad. Necesitaba hacer algo. Dibujar algo. En un momento intenté ponerme con el tablero pero fue imposible. Así que tuve que buscarme la manera de laburar un poco y atenderla a ella, sin dejar de disfrutar ninguna de las cosas.
-Es bastante jugada. Por momentos hay contrastes. Luego matices.
M.F.: -Sí. Empieza con contrastes. Después se va yendo a los grises. En las últimas páginas el plano de valor desaparece.
-¿Cómo fue la anécdota cuando en editorial V & R te pidieron que ilustraras el libro Reinas al estilo Jordi Labanda?
M.F. –Esa fue la forma de Trini Vergara de explicarme lo que ella quería. Quería algo como Jordi Labanda. “Pero a tu estilo”, me dijo. A mi me encantó porque me aclaró gráficamente qué es lo que quería. Fue una de las pocas veces que me encontré con alguien que sabía exactamente qué quería. Entonces por más que el libro tuvo cambios, en ningún momento hubo idas y vueltas en cuanto a lo que era la gráfica y si el boceto va a para allá o para acá o cambios en el color. Cambios histéricos, le digo yo.
-¿Cambios histéricos?
M.F. –Más amarillito, más verdecito, no, volvelo a hacer. A veces pasa, en lugar de decirte “mira, no sabemos bien qué queremos, ¿podés traer tres o cuatro pruebas?” No. Te van cambiando para acá y para allá. Una se empieza a sentir incomoda porque parece que nunca le estás pegando a lo que se necesita. En realidad están probando. Está bien, pero creo que puede fallar algo en la comunicación. Trini, en cambio, me dijo fijate lo que hace Jordi Labanda y hace algo con tu estilo.


-Jordi Labanda feliz de la vida de que alguien más lo imite –risas-.
M.F. –No me salió –más risas- muy parecido. Son referencias de cosas que están de moda. Un editor finalmente lo que quiere es que el libro se venda.
-No se si aparece tan claramente en Reinas la influencia de Labanda. Más se ve en el afiche del octavo festival de cine de temática sexual. Algunas de tus ilustraciones tienen algo de glamour propio de Labanda.
M.F. –Sí –piensa- pero yo no se si tiene que ver con lo fashion. Hay algo –vuelve a pensar- pero no tanto. O quizás yo no me identifico con eso. No sé. No soy de ponerme en las vidrieras a ver la ropa que está de moda. A veces me traumo porque las mujeres las dibujo siempre con la misma ropa. No es nada cool. Hasta que veo otros y digo “mira las mangas que le puso. Por qué yo no las vi”.

Divito y las hermanas

Abril. Una casona de Belgrano, cerca de la calle Federico Lacroze. La luz amarilla por la ventana. Afuera la lluvia tenue. Brilla el verde las hojas de la enredadera sobre el granito en el anochecer. Adentro. Desorden en tonos madera. Papeles. Tablero. Por ahí, la computadora. Su estudio. Su casa. Su pareja. Su hija Esmeralda, en ese momento de cuatro meses. Hace morisquetas. Juega en sus muslos de jean celeste. Muriel Frega. Alta, delgada, morocha y de larga cabellera de bucles.

-Sacando algunos trabajos infantiles, todo lo tuyo tiene que ver con el mundo de las mujeres.
M.F. –Sí, eso tiene que ver con el hecho de que soy mujer. Siento como mujer. No por nada en Clarín ilustro el suplemento “Mujer” y no en el de negocios.
-Pero decís que el mundo de la moda, del glamour y de las chicas no tiene que ver con vos.
M.F. –Conmigo como persona, no. Nada. Existe algo del glamour y de la moda pero me parece que lo mío va más por la parte interna que por la externa. Se ve porque hay que mostrarlo de alguna manera y una usa códigos comprensibles. Pero lo mío va por otro lado. Por eso me siento mucho más identificada con lo que hice en El collar de Lilith. Es una estética muy femenina y, sobre todo al principio y al final, son historias de bailarinas, que también es muy femenino. Sin embargo, la gráfica está un poco al borde. Tiene unos lindos cambios abruptos de tonalidad. Momentos oscuros de la historia que se te van de lo femenino. Pero no.
-¿Cuáles son tus influencias?
M.F. –No sé... –piensa-. Cambian. Pero Amy Winehouse y Faith no more fueron mi banda de sonido.
-¿Te hicieron esta pregunta antes?
M.F. –Sí y nunca sé como contestar. Porque a mi me influencian cosas que no están directamente relacionadas con la plástica. Tory Amos fue otra gran influencia.
-Me refería a quiénes te podrían haber generado un quiebre. Por ejemplo, alguien me habló alguna vez de Divito.
M.F. –Divito, sí –piensa-. Mi abuela tenía un montón de almanaques de Divito –la voz parece la de una nena-. Yo me acuerdo. Con mis hermanas, cada vez que la visitábamos abríamos el cajón y mirábamos los almanaques de Divito. Mi me gustaba mirarlos. Lo disfrutaba. Quizás son imágenes que te quedan y que uno no terminaba de concientizar que eso te influencia.
-¿Cómo caíste en Ábreme?
M.F. –Fue un quiebre para mi. Los editores había visto Los espantapájaros y les gusto. Yo venía con la idea de la hacemos como queremos –deja volar su voz con liviandad-. Pero frente a una propuesta en concreto me dijeron “Bueno, ya. En dos meses”. Me senté. Estuve laburando obsesivamente a la mañana, a la tarde, a la noche. Me exprimí el cerebro. La hice. Cuando uno se compromete tanto personalmente sin un parámetro desde afuera, con completa libertad de hacer lo que quieras y estás bien motivada, pasa mucho tiempo y te sigue gustando eso que hiciste. Hay muchas cosas que uno hace, apurada o no, no terminás de identificarte, te desenganchás, o un cuestiones externas te sacan las ganas. En muchos proyectos empecé muy entusiasmada y después “que se pospone”, “que hay que bajar el presupuesto”. Llegás hasta la mitad y ya no te incentiva. Lo terminás diciendo quiero que se termine rápido –su voz se apaga-. Y es feo. Después se nota mucho. Yo lo noto. Te puedo decir exactamente cuales las hice con ganas y cuales no.
-Pasemos a las que hiciste con ganas.
M.F.: -Esto lo hice con ganas –señala un poster de fondo naranja que esta colgado de la pared sobre el tablero de dibujo-. Es el afiche del 8º Festival de cine de temática sexual, que se hizo en el 2008. Me lo guardé para mi, como algo que me identifica.
-Insisto, sos nueva en el mundo del comic. M.F.: -Soy re nueva –habla con frescura-. Yo disfruto mucho pensar el trabajo como un todo. Ver la tira entera del comic como piecitas de un dominó. Si el color tal llega hasta acá. Como una estructura independiente que tiene tanta importancia como el guión. La calidad del dibujo y el manejo del color van en paralelo con el guión, con la misma importancia. Tuve suerte con Los espantapajaros, que entró como finalista en el Concurso Nacional de Historietas Roberto Fontanarrosa y se publicó, “El collar de Lilith” que Moebius la publicó en Ábreme. Y la del boxeador y la bailarina –su voz se entusiasma-, la terminé yo sola, se llama Box, la mandé al concurso de historietas sin palabras (NoWords Comics), en Bolzano, Italia y quedó como finalista. Ahora me estoy dando una panzada de historietas y viendo distintas formas de relatar, qué es lo que quiero hacer, qué no.
-Yo no lo llamaría suerte.
Todas las imagenes que se exponen en este artículo perteneces a Muriel Frega.